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Una de las características que observamos en la educación que le brindamos a los niños es la “sobreprotección”. Ello ocurre cuando los bebés son todavía indefensos y no pueden valerse por sí mismos, así los padres les dedican su tiempo, espacio y economía, regalándole todo de sí a su querido hijo.

Todo marcharía bien si no fuera porque los padres adquieren una conducta inadecuada, al querer continuar con esta protección conforme vayan transcurriendo los años, creyendo que los hijos seguirán siendo dependientes de nosotros. Hay que reconocer que los niños necesitan descubrir los estímulos que surgen alrededor de ellos.

Niños competitivos

No es posible mantener esta inseguridad paternal, ya que demuestran una actitud sobreproteccionista, resultando inclusive ser egoístas.

Hay que enseñar a los niños a resolver sus propias situaciones conflictivas, ya que deben aprender a valerse por sí mismos y dar solución a los inconvenientes que se puedan presentar. No debemos actuar antes de que ellos encuentren las respuestas, puesto que provocaremos que nuestros hijos sean dependientes. Podemos aconsejarles o guiarles, pero siempre dejando que también se formen una opinión al respecto.

Por regla general siempre nos han inculcado que ser competitivo, ambicioso o tratar de ser el mejor, resultan ser conceptos básicos para alcanzar el éxito en las tareas a emprender.

Hay que enseñarles que la ambición debe ser aplicada justamente, que nos permite mejorar ayudando a conocer que contamos con más probabilidades de crecer, pero que también puede ser un arma de doble filo. Debemos fomentar en ellos, el espíritu competitivo en los campeonatos deportivos y académicos, pero disfrutando del esfuerzo y dedicación que pongan en la labor, no simplemente en el resultado positivo. Porque muchas veces se encontrarán con piedras en el camino y no siempre obtendrán los logros esperados.

No hay que presionarlos en alcanzar el éxito siempre porque puede ocasionarles estrés y ansiedad si no logran. Por el contrario, enseñarles el valor y mérito que representa dar todo de sí en una competencia o en el estudio, y la importancia de lo que puedan aprender al margen del resultado inmediato.

Las personas necesitan de la interacción con el resto, por ello debemos inculcarles en establecer lazos y relaciones cordiales con sus compañeros, teniendo sus grupos de referencia. Es conveniente encaminarlos hacia una competición sana consigo mismo, que se sienta feliz cada día con lo que realiza, sin buscar competir con los demás a cada instante como único objetivo.

Tener en cuenta que desde que el bebe nace inicia una etapa cooperativa en la que requiere de la presencia de las personas que giran a su alrededor. Más adelante compartirá y cooperará con sus hermanos, primos, amigos, etc. transmitámosle confianza y seguridad en aprender las bondades de una excelente interacción.

El pequeño capta las habilidades que va observando y forma una estructura de su propia personalidad, de acuerdo al ejemplo de los padres y el círculo cercano, esto es sumamente importante para formar grandes personas en el futuro. Debemos tener cuidado con lo que inculcamos en nuestros hijos, ellos serán el reflejo del hogar allá donde vayan.

El mayor valor predictivo de éxito en la sociedad es la capacidad que tengan para adaptarse, siendo la cooperación una parte fundamental. La competencia con los demás hace que desgastemos nuestras habilidades, porque solo buscaremos ser superiores al resto y desperdiciaremos energía innecesaria, cuando podemos descubrir en nosotros mismos las claves del éxito y crecimiento personal. Sepamos valorar los talentos de nuestros hijos encaminándolos a la plena satisfacción de cada uno, buscando siempre compartir con los demás y alcanzar objetivos comunes.

   

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