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Los que ya somos padres inevitablemente recordamos con gran cariño y anhelo los juguetes de nuestra infancia. Realmente, nuestros juguetes no eran nada especiales. De hecho, a los recuerdos mentales de quienes tienen hoy más de 40 años vienen el balón en el caso de los hombres, y la goma, las muñecas y la comba en el de las mujeres

Al otro lado, quienes hoy tienen entre 30 y 40 años, recuerdan sus juguetes preferidos asociados a marcas comerciales: los Geyperman, los Playmobil, los Tente, el LEGO, los Pin y Pon, las Barriguitas…

Cuando recordamos nuestros juguetes preferidos de nuestra época, los adultos 
proyectamos normalmente en ellos las cualidades positivas que les identificamos en ese momento desde nuestra perspectiva de personas mayores. De hecho, nos gusta hablar de juguetes que fomentaban el juego en grupo, el compañerismo, la imaginación, la destreza motriz…

En opinión de numerosos adultos, el grado sofisticación y complejidad alcanzado actualmente por los juguetes anula en muchas ocasiones la posibilidad de los niños de relacionarse entre sí, a diferencia del juguete antiguo o tradicional.

Por ejemplo, los videojuegos de consola y ordenador pueden envolver al niño en un mundo imaginario y fantasía en el que él es el protagonista, pueden correr, saltar, trepar… pero a veces suponen un freno al juego colectivo y creativo. Además, la cruda realidad es que el niño se cansa pronto ese tipo de juguete o juegos porque lo que quiere es que haya otras personas o niños que jueguen con él.

Tal es así, que a menudo el desafío que plantean muchos juguetes modernos tiene lugar con el niño frente al propio producto, el juguete se presenta de manera individualista y sin necesidad de nadie más. Es más, aunque son juguetes más complejos, requieren un menor esfuerzo intelectual por parte de los niños. Llegando al punto en muchas ocasiones de ser más adictivos, creando incluso estados de  ansiedad.

El niño compite contra el juguete, no contra otros niños. A menudo, algunos de estos juguetes modernos son más violentos y agresivos, pero muy atractivos para los niños.

Hay que tener en cuenta que los juguetes  son los guardianes de la memoria de todos nosotros porque crean un vínculo sentimental entre la persona y su infancia vivida.
Muchos adultos guardan sus juguetes para recordar emotivos momentos de felicidad, pero sobre todo para recordar a personas y familiares significativos en sus vidas. Los juguetes constituyen un vínculo de continuidad vital: unen el pasado con el presente. A través de ellos recordamos los momentos de juego compartido y los momentos afectivos con amigos, compañeros y familiares.

Muchos mayores guardan cuidadosamente algunos juguetes de su más tierna  infancia. De hecho, los juguetes que guardan son muy variados (soldaditos de plomo, muñecos y muñecas, juegos de mesa…etc).

Así pues, los juguetes para los niños no tienen el valor volátil y efímero que muchas veces los padres suponemos. Para muchos, guardar los juguetes de la infancia significa guardar y preservar la memoria de la niñez.

Hoy como ayer, los juguetes son, han sido y serán importantes escenarios para la  socialización. A pesar de ello, generación tras generación, dicho escenario que debería abrir el juguete se ha ido estrechando del espacio público al privado.
Actualmente, los mayores de en torno a 50 años se recuerdan con sus amigos en la calle como espacio principal de juego. Por contra, los niños actuales quedan confinados en el hogar, principalmente con padres y hermanos, y en el peor de los casos, en la soledad.

   

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